La meta es lograr millones de reproducciones y likes, con letras de sexo, drogas y amor, al ritmo de movimientos que se multipliquen en TikTok. Todo, dentro de una máquina que produce dinero y fama, hecha por y para jóvenes que apenas superan los 20 años. Acá, dos cantantes que van a mitad de ese camino nos cuentan su historia. Junto a ellos, una veintena de integrantes de esta industria, nos revelan cifras y explican cómo, por qué y para dónde va el fenómeno musical que promete la gloria en un remix.

Por EQUIPO VERGARA 240

"Mami/contigo me siento en Miami
Dime si esta noche estás pa’ mí
que quiero verte
El party dice que lo prende con mari
Ese culito pa’ mí
es necessary".

Asiento pá tras - Benja Valencia y Criss J.

Benja Valencia (18), un santiaguino que vive desde niño en Algarrobo, frasea ante unas 10 mil personas, en Movistar Arena, “Asiento pa’ tras”, uno de los siete singles que editó en 2022, en una carrera incipiente que comenzó formalmente en mayo del año pasado. 

Tiene solo 5.400 oyentes mensuales en la plataforma de streaming Spotify, pero parte del público canta junto a él, mientras se mueve de un lado a otro del escenario, con jockey azul dado vuelta, zapatillas blancas y jeans con hilachas. El polerón y la sudadera se los sacó hace un rato y el público, principalmente adolescentes y jóvenes que apenas superan los 20 años, mueve sus celulares encendidos, alentándolo.

Valencia no era la estrella de esa noche. En el Festival A lo maldito del 30 de diciembre pasado, su nombre aparecía diminuto en el cartel promocional. En grande se leía a Pailita, Marcianeke, El Jordan 23, Flor de Rap y Cris MJ, el dream team de la música urbana local. 

Pero para alguien que lleva menos de un año de carrera era un hito personal, empujado por su mánager, Mauricio Hernández, papá de la exitosa influencer Ignacia Antonia. Dice que él lo ha ayudado no solo a presentarse en eventos como el del Movistar Arena, sino también en el acuerdo de distribución que firmó con el sello Warner Music y en la estrategia para crecer en Instagram, donde tiene 57 mil seguidores.

Al terminar su presentación, abraza a su hermano José, saluda a quienes están camino al sector de camarines y allí celebra con cuatro amigos que han venido a acompañarlo, en un ritual casi idéntico a otros cantantes urbanos: todos llegan con su grupo de amigos. Luego sale y prende un cigarrillo.

Benja Valencia no es famoso, pero como dicen en la industria musical, hoy un cantante está “a una canción” de conseguir el éxito. Le sucedió a Cris MJ, que con 21 años anotó la canción chilena más escuchada de 2022, Una noche en Medellín, que acumula 531 millones de reproducciones en Spotify. Para comprender la cifra, Te felicito, la canción más exitosa de Shakira en los últimos años, lleva 470 millones de reproducciones en Spotify; o sea, 50 millones menos que el éxito local.

El pasado 6 de enero, Rocío Sotomayor (25), conocida como Rou C, lanzó su último single, Te fuiste. Este se suma a una discografía que ya cuenta con un álbum y su primer extended play (EP), estrenado en noviembre de 2019 en Spotify, donde tiene 39 mil oyentes mensuales. Una carrera musical promisoria que partió a sus 5 años, cuando ya mostraba dotes como cantante, las que potenció luego estudiando dos años en el Instituto Profesional Projazz. 

Llega a la entrevista, acordada en el Parque Bustamante, con anteojos de sol, shorts y una polera negra del rapero Kendrick Lamar que deja ver los tatuajes de sus brazos. Al igual que Benja Valencia, nació en Santiago y busca conseguir el éxito que la empuje a la cima de la escena urbana, aunque, en su caso, mezcla el trap con el R&B y el rap.

De personalidad extrovertida, piensa antes de responder, habla a ratos en jerga y de modo frontal. “A los ocho años le dije a mi mamá que yo era cantante”, recuerda. “Soy ambiciosa pa’ mis cosas, entonces a mí me gustaría estar en los Billboards, los Latin Grammy, cachai, todos esos premios. Representar a Chile afuera, culturalmente hablando”, dice sin titubear Rou C, quien luce en su cuello un tatuaje que dice “fluir”. 

La misma seguridad demuestra Benja Valencia, quien tras su show en el Movistar Arena, partió a Algarrobo a acompañar a su madre. “Sé que mis temas son buenos. Confío mucho en mi talento. Yo lo digo siempre, que solo me falta que la gente lo vea. Que el mundo lo vea”, asegura Valencia, cuyo sueño infantil estaba lejos de la música: fue cadete en el club de fútbol Santiago Wanderers hasta los 15 años, cuando pensó que, en realidad, prefería ser cantante.

Después de todo, parece un camino más auspicioso. Según un informe de Spotify publicado en noviembre de 2022, Chile experimentó un alza de 67% en el consumo de música nacional con respecto a 2021. Cris MJ y Pailita aparecen como los más escuchados, en un top ten donde todos son cantantes urbanos. 

CAPÍTULO 1

Una industria que despertó
tras 20 años

El fenómeno de la música urbana en Chile -un estilo que combina el reggaetón con el trap y el hip hop latino- ha consolidado una industria que no se veía desde mediados de los 90, cuando sellos discográficos internacionales como Sony Music, EMI, Warner Music y Universal instalaron oficinas en el país y ficharon nombres como Lucybell, Los Peores de Chile, Javiera y los Imposibles, Los Tetas, Chancho en Piedra o Tiro de Gracia. 

Aquel boom se apagó diez años más tarde, con la masificación de internet, que impulsó la piratería en desmedro de los cassettes y CD’s. Entonces los sellos terminaron los contratos, mientras se consolidaba YouTube, plataforma que posibilitó la difusión de artistas muy jóvenes y desconocidos, quienes podían compartir sus obras sin intermediarios. 

Aunque hoy la maquinaria urbana tiene a Spotify o YouTube como sus mejores aliados, además de TikTok e Instagram como herramientas de viralización, los sellos discográficos consiguieron subirse nuevamente al negocio. A mediados de 2018, Drefquila firmó con Warner Music, y un año después Polimá Westcoast y Young Cister lo hicieron con Sony Music. Los contratos revelaban las primeras señales de una industria que empezó a mostrar sus beats con Ceaese, Pablo Chill-E y Gianluca como sus primeros exponentes.

“En los 90 y los 2000 los sellos grababan artistas y se quedaban con todos los derechos fonográficos. Eso ha ido mutando con el tiempo y lo que sucede hoy es que hay una suerte de democratización a la creación musical”, plantea Rodrigo Osorio, alias “Don Rorro”, vocalista del grupo Sinergia y presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Chilena de Autores e Intérpretes Musicales, SCD. “Hoy tenemos en mayor o menor envergadura un mini estudio o un estudio en casa. Tenemos un software que permite hacer grabaciones de muy buen nivel, te compras un micrófono condensador de buena calidad, aíslas bien tu pieza y puedes lograr cosas bastante importantes. Esa democratización ha hecho que hoy se suban miles y miles de canciones a las plataformas, todos los días”, añade el músico.

Managers, productores, DJ’s, community managers, videistas, vestuaristas, bailarines y un largo etcétera, forman parte de la industria que se levantó en torno a la música urbana. Una que ha surgido de distribuidoras digitales de música gratuita o de pago, como las estadounidenses CD Baby o DistroKid, que son las primeras que ocupan los artistas emergentes para subir su contenido a plataformas de streaming como Spotify, Apple Music, YouTube Music, Deezer o Tidal.  

Florencia Possel, cuyo nombre artístico es Flowyn, conoce de cerca las claves para iniciarse en la industria: produce, escribe y además es mánager de cantantes incipientes. Cuenta que trabaja con otra distribuidora digital estadounidense con sede en Chile, The Orchard. “Tú subes tus canciones un mes antes para que la gente de la distribuidora revise tu canción, vea las fotos que mandaste para hacerle un plan de marketing a ese tema, suba tu tema y lo agregue a playlists. Entrar a Reggaetón Chileno en Spotify te da muchas reproducciones semanales. Las distribuidoras como CDBaby o DistroKid te quitan un 30% y no te agregan a playlists, y tampoco tienen ejecutivos acá; entonces, tú mandas un mail y es como hablar con una pared. Pero todos los emergentes partimos con alguna de esas dos. De otra manera no se puede. Uno no se mete a Spotify y sube su canción. No es así. Tenís que hacer todo un trámite antes”, explica. 

Spotify es la principal plataforma de música actualmente y paga aproximadamente 0,04 dólares por cada 10 reproducciones de una canción. Es decir, por cada mil veces que se reproduce el tema en la plataforma, se pueden obtener 4 dólares. Pero el monto varía según el país donde se reproduzca la canción.
Información obtenida de SoundCampaign, plataforma que ayuda a artistas a crear campañas promocionales para su música.

Generalmente, los ingresos generados en Spotify se reparten entre el sello, el artista y todo su equipo. Diego Sagredo, mánager de Polimá Westcoast y Harry Nach, explica que “todo lo que generan las plataformas digitales lo administra el sello, ellos le depositan a Polimá. Pero el artista generalmente es propietario de su dinero y él distribuye”.

Aunque los precios varían según quién es el integrante del equipo que cobra comisión, existen algunas cifras estándar aproximadas. El productor chileno Joaquín Calderón, conocido en la industria como Magicenelbeat, tiene 24 años y una carrera sólida: se desempeña como beatmaker en el sello Rimas -que tiene a la máxima estrella del género, Bad Bunny, y también a Cris MJ- e hizo los beats de Ultra solo, Me arrepentí y Marisola. Según cuenta, “tanto afuera como acá en Chile se cobra entre 4.000 a 6.000 dólares por un beat”.

El beatmaker es una pieza clave: es quien compone ritmos usando sonidos muestreados de acordes, baterías, guitarras e incluso una línea vocal superior. Tras ese trabajo, vende ese beat a artistas. Calderón, quien le hizo a Bad Bunny el beat de Un Coco, parte del elogiado álbum Un verano sin ti, cuenta que los ingresos para los productores se dividen en tres niveles en Chile: “Los que están empezando, cobran entre 50 mil y 100 mil pesos por hacer un beat. Los que están en un nivel intermedio, cobran entre 100 y 500 mil pesos por hacer un beat. Y los que están en el nivel más alto -que en Chile es un poco menos porque, si bien hay una industria, todavía no es a nivel mundial-, pueden cobrar entre 1 y 2 millones de pesos”.

Donner Beats, productor musical de Benja Valencia, cuenta cómo se refleja en los precios trabajar con artistas emergentes: “Tú podís cobrar solo por pista o por una producción de una canción completa. Por ejemplo, por pista, puedo llegar a cobrar de 500 mil a 700 mil pesos a un artista que está consolidado. Pero también me ha tocado cobrar 100 o 200 mil pesos por pista”. Judubre, otro productor musical que ha trabajado con artistas como Flowyn o Fuka, dice que las ganancias para él aún están por debajo del millón de pesos: “En un mes pueden ser 800 lucas, en otro mes pueden ser 600 o 400, es relativo”.

Inversión y ganancias

La maquinaria de la música urbana tiene en los videoclips otro de sus pilares. Si bien no se producen piezas al nivel de lo que sucedía en la década de los ‘90 o 2000, en pleno auge de MTV, siguen siendo relevantes para posicionar la imagen de un artista. Nicolás Ulloa, director creativo en el equipo de Pailita, explica que en el extranjero un video del género urbano puede llegar a costar “entre 10 mil y 15 mil dólares en la producción más básica”. Acá, él cifra los montos entre 10 y 15 millones de pesos. “Hace un año no me imaginaba grabar con una cámara de cine, con unos lentes de cine y tener a 20 personas a disposición de un proyecto”, dice sobre cómo han ido aumentando los presupuestos.  

El director Juan Pablo Acuña, que ha trabajado con Marcianeke y ahora con Polimá Westcoast, coincide con las cifras de Nicolás Ulloa, pero matiza: “A veces el artista consigue los extras, que son amigas y amigos, consigue la casa y el catering. Un artista mediano, por video debe invertir de 3 a 4 millones de pesos para arriba. Los videos de Standly o Pailita cuestan de 10 a 15 millones, mínimo”.

Pasa en la música pop-rock y lo mismo en la urbana: un ingreso económico importante para los artistas son las presentaciones en vivo. En el caso de un artista emergente como Benja Valencia, por ejemplo, puede cobrar desde 300 mil pesos por actuación. El precio por show aumenta de acuerdo a la fama: el DJ de música urbana Pablito Pesadilla cobra 2 millones de pesos por un evento de una hora y para los que están en primera línea como Cris MJ y Pailita, pueden superar los 25 millones de pesos por presentación. 

En tiempos de influencers, los artistas urbanos también sacan dividendos, aunque la imagen de polémicos que tienen algunos provocan que las marcas se fijen solo en unos pocos. Pailita, por ejemplo, cobró 7 millones de pesos -cuenta una fuente de la industria- por asistir a un evento de exhibición de deportes extremos en el mall Costanera Center, en noviembre del año pasado. Solo tenía que estar media hora, pasearse, sacarse fotos y subir una historia a su Instagram. 

El director Diego Sagredo apunta: “Los artistas que tienen menos contenido de drogas, los que están más sanos, generalmente pueden vender marcas, shows, historias y hacer más publicidad. A ellos les va mejor en ese sentido. Va a depender de cuántos followers tengan, las ganancias. Las marcas quieren estar con artistas que no tengan ningún tipo de problema, ni vínculos con ningún tipo de drogas”.

Los casos más exitosos, en términos de publicidad, están asociados a la marca Pepsi, que fichó en 2020 a Paloma Mami y en 2022 a Polimá para realizar comerciales. Pero, por el momento, esos megacontratos con marcas publicitarias siguen siendo excepciones y no la regla.

CAPÍTULO 2

El incierto camino al éxito

Rou C siempre quiso ser cantante, pero el camino ha sido largo para ella. Cuando era adolescente se presentó al casting del programa busca talentos Factor X, que emitió TVN. Recuerda que no la dejaron y que alguien del espacio le dijo: “Tú no tienes personalidad para estar en la tele”. Cuando salió del colegio, entró a estudiar música a Projazz, pero estuvo allí dos años y no pudo seguir. “Por algunos problemas que tuve”, reconoce, sin más detalle.

Dice que, a eso, se sumó el rechazo de sus papás cuando les dijo que quería dedicarse a la música. “Viví con el prejuicio de ‘te vas a cagar de hambre. Tienes que estudiar esto, porque no vas a sobrevivir en la música. Intenta hacer otra cosa, porque no te va a dar’. Siempre fue el prejuicio”, recuerda. Hoy -cuenta- su mamá la apoya, aunque su papá aún cree que no es una buena carrera para ella.

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Como Rou C aún no logra mantenerse económicamente con la música, trabaja part-time como vendedora en una tienda Ripley. Para Benja Valencia el camino ha sido más breve y distinto: relata que sus padres lo han apoyado en la carrera que está emprendiendo, en parte porque su papá le inculcó el gusto por la música y lo empujó a aprender a tocar guitarra. De hecho, Valencia saca su guitarra en las presentaciones que hace, una rareza entre los artistas urbanos, que no tocan instrumentos. “La música siempre la he estado viviendo. La música me cambió psicológicamente”, define Benja Valencia a las orillas de la playa Las Cadenas, en Algarrobo. 

En su caso, uno de los problemas que enfrenta es más bien logístico: como vive en la V Región, cada día debe venir a Santiago, lo que implica un gasto para su familia en bus y alimentación.  “Voy todos los días y los pasajes son de 5 a 10 lucas. A veces tengo que quedarme en lados en que no tengo confianza”, relata Valencia, quien tras salir del colegio optó por no seguir estudiando para dedicarse cien por ciento a su carrera como cantante. “Todo lo que gano lo ocupo siempre pa’ esas cosas, hermano. Pa’ viajar, pa’ comer, literal pa’ sobrevivir y seguir trabajando”, agrega.

No ser de Santiago, en rigor, no ha sido un impedimento. Cris MJ es de La Serena; Pailita salió de Punta Arenas y Standly de San Felipe, por nombrar tres ejemplos.

La promesa de fama y dinero tiene a miles en Chile intentando una carrera musical. Pero pocos lo logran, porque el retorno económico tarda en llegar. La cantante Flowyn, por ejemplo, cuenta que cuando cumplió la mayoría de edad, trabajó en el comercio sexual para costear su música. Agrega que esa parte de su vida quedó en el pasado, aunque hoy, con 29 años, dice que “cuesta tanto financiar las reproducciones, que casi por obligación tienes que trabajar en algo más. Si no, te cagái de hambre”. 

¿Cuánto cuesta ser un músico urbano?

No hay fórmulas, pero sí hay cantantes exitosos cuyos caminos se parecen. Realizar una colaboración con otro artista más famoso es una técnica. Lo han hecho Paloma Mami (con C. Tangana y Ricky Martin), Polimá Westcoast (con J. Balvin), Kidd Tetoon (con Ozuna) o Pablo Chill-E (con Bad Bunny y Duki). No siempre es con estrellas internacionales, también con cantantes de la escena local, como fue el caso de Polimá y Pailita, con Ultra solo

“Aunque el tema no sea un hit mundial, hermano, si les gusta se van a montar igual. Esa hueá es super valorable”, dice Benja Valencia. Agrega: “Yo no estoy en el nivel (alto) ahora mismo, pero sé que voy para allá. Y me alegra caleta, porque ellos (los cantantes exitosos) están abriendo un montón de puertas, un montón de sueños, un montón de motivación. Lo mismo en las poblaciones, todos los cabros chicos soñaban con ser bandidos o narcos”, dice haciendo un guiño a My Blood, la canción de Pablo Chill-E y Polimá Westcoast, que dice: “Voy a poner a todos los niños de la pobla’ a cantar/voy a cambiar el mundo/aunque me cuesten los segundos de mi vida”.

La “cofradía” es muy importante y así lo reconoce Joaquín Calderón. “Nos movemos más por afinidad”, dice Magicenelbeat, quien prefiere juntarse a almorzar antes de trabajar con un cantante. Luego jugar PlayStation, y solo después de eso, crear. 

Agustín Mardones (25) conocido como AMJ sostiene que el auge de la música urbana en Chile se explica, justamente, por el tiempo que le dedicaron los que hoy están en lo alto. “Ellos también llevan mucho tiempo trabajando, yendo a estudios de muy pocos recursos, grabando con escasez de herramientas (...). Creo que la constancia premia mucho”, dice. 

Aunque parezca evidente, definirse como músico urbano implica saber que hay dinero dando vueltas. “Al final, todo esto es negocio, hermano. Tiene mucho que ver con temas de plata”, dice Benja Valencia. Y eso debe proyectarse. Lo usual entre los cantantes urbanos es el streetwear; es decir, ropa callejera informal, sin dejar de lado la opulencia.

En las presentaciones en vivo, a Rou C se le puede ver luciendo jockeys, zapatillas deportivas y hoodies oversized, prendas típicas del estilo urbano. Muchos también usan ropa de diseñador. Por ejemplo, Santino Bandido ha diseñado prendas para Harry Nach, Tommy Boysen y Pablo Chille-E.

Cómo llevar el pelo también es clave. Rou C suele presentarse con elaboradas trenzas, mientras Benja Valencia se corta el pelo todas las semanas para mantener su peinado. “Me gasto 13 lucas en cada corte. Cuando tengo cosas que hacer, dos veces a la semana. En la escena, es importante la imagen, la construcción de tu propio estereotipo”.

CAPÍTULO 3

El futuro después del boom

Monswang, director del videoclip oficial de Ultra solo, plantea que la industria urbana debe apuntar a la diversificación. En caso contrario, asegura, está condenada a estancarse. “Lo que hay que hacer es volver a pegarle un charchazo a la industria. Por ejemplo, que los sellos se vengan a Chile”, propone. Y agrega: “Sé cómo funciona un cantante y creo que el dinero no es para siempre. Hay que saber invertirlo”.

En medio del boom de la música urbana, una deuda es la falta de paridad: en las 20 canciones más escuchadas de 2022 participaron 27 artistas, todos hombres, salvo Paloma Mami, quien colaboró en el remix de Ultra solo, que acumula 213 millones de reproducciones. Rou C tiene una mirada crítica al respecto: “(Las mujeres) tienen que cambiar su estética todos los días, todos los días tiene que haber algo nuevo o tiene que haber un cahuín de por medio pa’ que la mujer salga”. Benja Valencia la secunda: “La mujer se ha sacado la cresta. Hay mujeres en Chile con mucho talento, que deberían tener mucho más reconocimiento, porque están a full”. 

El género urbano ha sido tildado de machista tanto en Chile como en todo el continente. No solo por la baja presencia de mujeres, sino también por las letras, que la hipersexualizan. 

“Te azoto lo' cachete'/te vo'a escupir en la cara/Yo sé que te gusta/ porque tú ere' una mala/viene con encaje, quiere que le rompa el traje”, dice la canción Cochinae, de Juliano Sosa y King Savage. “Mis boxers son top y ella es tremenda mina/si fuera por mí, le rompo la vagina”, canta Standly en la exitosa Pégate. O en Anti rana, de El Jordan 23:“Dale flaca/mueve el bota caca mientras taca-taca/se lo meto en una hamaca/bajando unas par de paca', pa' gastar tenemo' plata/culeándono' hasta azafata”.

“Para mí no es referencia cosificar a la mujer, que las violen o que les hagan algo. Eso no es referente, eso es un hueón funable”, dice Rou C. “Creo que hay que cambiar el mensaje, es educación. No hay que incentivar la violencia ni las armas, porque todas esas cosas las toman como referencia los cabros chicos, agarran papa y es la realidad”, añade la cantante.

Benja Valencia toma distancia y señala que es difícil juzgar el contenido de una canción tan “estrictamente”, ya que “las generaciones han cambiado mucho” y la gente es “más madura e inteligente que en el pasado para saber que una letra de una canción no puede realmente afectar en tu vida”. Sin embargo, aclara que existe un límite: “Si literalmente en una canción, no sé, hablas de una agresión hacia una mujer, hermano, claramente está mal”. 

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Valencia está sentado junto a su madre, a unos metros del mar en la localidad de Algarrobo, en el Paseo Costanera. Al costado, pintada de celeste, está la entrada de la feria artesanal del sector y a un lado se puede leer “Ricos Hand Rolls”, escrito en la pizarra de tiza del primer puesto. El cantante se acerca a comprar uno. Mientras come, dice que en ese mismo lugar, hace dos años, se paraba seguido a cantar con su guitarra para juntar dinero.

“Todo es tan difícil, uno nunca sabe. Quiero llegar muy lejos, quiero viajar con la música”, dice Rou C, quien ya suma más de 23 mil reproducciones en Spotify de Te fuiste, su último sencillo. Benja Valencia, en tanto, partió a México por un mes. Allá participará en un evento musical en el Auditorio Nacional, donde cantará los temas de su nuevo EP de cuatro canciones.

ASÍ FUNCIONA LA INDUSTRIA DE LA MÚSICA URBANA EN CHILE
Un reportaje multimedia de Vergara 240

REALIZACIÓN: Camila León, Marta Quinteros, Nicolás Rodríguez, Damaris Rueda, Ignacio Vera.
FOTOGRAFÍAS: Felipe Cornejo | GRÁFICA: Daniel Rodríguez
COORDINACIÓN PERIODÍSTICA: Rodrigo Verdejo
EDICIÓN: Rodrigo Munizaga
V240: Fernando Morales y Gazi Jalil